La pateo, y vuelve a mí, todo el tiempo,

siempre,

incesantemente.

Vuelve y vuelve.

Su retorno ya no es sorpresa,

maldita impredecible.

¿Cómo puedo hacer para deshacerme finalmente de ella?

¿CÓMO? Que alguien me explique...

Ella no ausenta,

no ausenta nunca la situación,

el lugar,

las circunstancias.

Siempre está,

ahí,

para derribarme nuevamente,

para achicarme en cuestión de un par de segundos,

para hacerme sentir el ser más insignificante de universo,

ahí está ella, siempre.

Y NO PUEDO DESHACERME DE ELLA,

ES MÁS PODEROSA QUE YO,

ES MÁS PODEROSA QUE EL PODER MISMO.

Círculo vicioso,

laberinto sin salida,

del cual no logro escapar,

una y otra vez,

incesante,

repetitivo,

vuelve a mí.

Y me atrapa,

dejándome sin aliento,

sin palabras,

sin respiración.

Rasguña el alma,

arranca el corazón,

golpea el pecho,

seca lágrimas,

arranca el cabello,

incendia mi piel,

quema, enfría,

duele.

Devasta,

me abate,

contra el suelo,

de nuevo,

golpea,

piña,

patada,

cachetazo.

Dolor,

más dolor.

Sin lágrimas, me hallo.

Me miro,

frente al espejo.

Mis lágrimas,

no salen,

no corren,

no gritan,

no lloran,

no viven,

no son.

Mi cuerpo,

transpira,

dolor,

venganza,

resentimiento,

turbulencia,

lamenta,

sufre, por dentro.

Calla,

y somatiza.

Aguanta,

resiste,

soporta,

y de repente, explota.

Como una catarsis,

llora todo.

El cuerpo llora también,

no sólo los hombres,

no sólo los animales,

no sólo la vida.

Llora,

habla,

el cuerpo se expresa.

Tiene cierto grado de equilibrio,

pero en algún punto, no puede más

y ¿qué pasa?

DESCARGA,

LIBERA.

El cuerpo habla por sí solo,

sin hablar,

sin decir,

sin tocar.

Sólo habla,

tiene gestos,

expresiones,

múltiples formas de expresarse,

y así, nos cuenta un poco qué está pasando por allí.

El mío,

mi cuerpo,

está por culminar,

por culminar en una erupción

que terminará con todo.

Hasta conmigo misma,

pero sólo figuradamente.

No sé,

no puedo decir más,

mi cuerpo ya lo dijo todo.